23 de enero de 2017

El trágico episodio de asma por tormenta eléctrica de noviembre de 2016 fue, según la ministra de Sanidad, Jill Hennessy, «como si hubieran estallado 150 bombas justo en una parte concreta de la zona metropolitana de Melbourne».
Lo más significativo es que se trató, a escala mundial, del suceso más catastrófico de este tipo y que no había forma de predecir su magnitud.
La importancia de la vigilancia del aire
Expertos en salud, meteorología y botánica, así como el gobierno del estado de Victoria, han declarado su intención de investigar la forma de predecir mejor futuros sucesos y responder a ellos. Está claro que para ello se requieren mayores conocimientos en una serie de ámbitos. Sin embargo, Grant Kassell, Director de Investigación y Desarrollo de Acoem, se dio cuenta de que «la mayoría de la gente habla de salud, pero no de vigilancia». La vigilancia del aire es esencial, ya que los meteorólogos deben disponer de datos suficientes para identificar las tormentas y predecir los episodios de asma. Y no sólo hay que vigilar las posibles tormentas. Un estudio reciente del Ministerio de Medio Ambiente, citado por Fairfax Media, señala que en 2012 se produjeron en Australia 1.483 muertes prematuras atribuibles a la contaminación atmosférica. Y según los científicos medioambientales, esta cifra podría ascender a 3.000 muertes. Estas cifras no han dejado de aumentar; el número de muertes en 2005 fue de 882, una cifra muy inferior. Está claro que la contaminación atmosférica supone un riesgo importante para la población de Australia, y en particular para los habitantes de las grandes ciudades. En un país donde la mayoría de la población vive en zonas urbanas, la necesidad de vigilar la calidad del aire nunca ha sido tan evidente